Siempre puedes volver al cuerpo II
- Esencial
- 19 sept
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En medio de la tormenta de pensamientos, del ruido de los días y de las exigencias que parecen no tener fin, hay un lugar que nunca desaparece: tu cuerpo.
El cuerpo es casa. Es raíz. Es memoria.
A veces lo olvidamos, lo tratamos como un instrumento que debe rendir, cumplir, resistir. Pero bajo esa exigencia silenciosa, el cuerpo siempre guarda un pulso más profundo: el de la vida que late en cada célula.

Cuando la mente corre sin descanso, cuando el miedo aprieta, cuando parece que todo se
desordena afuera, recuerda:
siempre puedes volver al cuerpo.
Volver al cuerpo no es un gesto complejo; es un regreso a lo más simple.
Es cerrar los ojos y sentir cómo el aire entra y sale, sin pedir nada más.
Es apoyar las plantas de los pies en la tierra y reconocer que estás aquí, que existes, que hay suelo bajo ti.
Es escuchar el ritmo secreto del corazón, el vaivén suave del abdomen al respirar.
Cada vez que vuelves al cuerpo, algo se acomoda.
La mente se aquieta, aunque sea por un instante.
La ansiedad pierde fuerza.
El dolor se vuelve más habitable.
El presente se abre.
El cuerpo nunca miente, nunca huye, nunca te abandona.
Está contigo en lo luminoso y en lo oscuro, recordándote que perteneces al instante en que respiras.
Así que cuando no sepas hacia dónde ir, cuando todo se sienta demasiado, no olvides:
Siempre puedes volver al cuerpo.
Allí encontrarás la brújula más fiel:
Tu propia presencia.
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