La forma que le puedes dar a tu propio Vacio
- Esencial

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Hay algo en nosotros que nunca se completa.
Una falta, una grieta, un hueco que nos habita desde el origen.
El psicoanálisis lo llama hiancia:
ese intervalo entre lo que somos y lo que anhelamos ser,
entre lo que deseamos y lo que nunca alcanzamos del todo.
No es un vacío cualquiera. Es el corazón del deseo.
Si alguna vez sintieras que algo falta
—una palabra, un amor, un sentido—, no estás rota: estás viva.
Porque el deseo nace precisamente ahí, donde hay ausencia.
El deseo: movimiento alrededor de la falta
El deseo no busca llenar el vacío, sino mantenerlo vivo.
Es una corriente que rodea la hiancia, que bordea lo imposible.
Cada vez que deseamos algo —una mirada, una creación, un encuentro—
estamos intentando darle forma a lo que no tiene forma.
Lacan decía que el deseo es la metonimia de la falta de ser:
cada objeto amado no es el fin, sino una manera de sostener el movimiento.
Deseamos para seguir deseando.
Y en esa danza entre el querer y el no alcanzar, la vida se vuelve respirable.
El arte: el borde visible del vacío

El arte surge del mismo lugar que el deseo.
Nace del hueco, del silencio, de lo que no puede decirse con palabras.
Un poema, una pintura, un cuerpo que se mueve: todos son intentos de hacer visible el vacío.
El artista no tapa la falta, la bordea.
La convierte en color, en sonido, en forma.
Y al hacerlo, nos recuerda que el vacío puede ser fértil, que en el centro del silencio hay creación. Allí donde el lenguaje tropieza, comienza el arte.
La forma de la hiancia
Cada sujeto inventa su manera de habitar la falta:
algunos la transforman en palabra, otros en vínculo, otros en síntoma o creación.
Ese modo singular de sostener lo imposible es lo que Lacan llamó el sinthome:
una forma única de anudar lo que en nosotros está dividido.
Vivir no es curar el vacío,
sino darle forma,
hacerlo habitable.
Cada palabra es un borde,
cada gesto, un intento de contorno.
El alma humana, en el fondo,
no es más que eso:
el arte de dar forma al vacío.



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