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La contemplación y la pausa: Una forma de recuperar nuestra humanidad

Vivimos atrapados en el hacer constante, en una carrera interminable hacia un futuro que nunca parece llegar. Pero, ¿Qué ocurre cuando nos damos el permiso de pausar, de simplemente ser?

En esa pausa, en ese instante de contemplación, hay una oportunidad profunda de recuperar nuestra humanidad.


La contemplación: un arte perdido


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Contemplar no es solo observar. Es abrirse a la experiencia presente sin la urgencia de actuar, sin la necesidad de interpretar o juzgar. Es mirar un árbol sin pensar en su utilidad, observar el cielo

sin buscar una señal, escuchar el sonido del viento sin llenar el silencio con distracciones.


En el pasado, la contemplación formaba parte esencial de la vida. Filósofos, poetas y místicos la consideraban un camino hacia el conocimiento, la conexión con lo trascendental y la paz interior.


Hoy, en un mundo hiperconectado, la contemplación ha sido desplazada por la multitarea, el ruido constante y la incesante necesidad de respuestas inmediatas.


La pausa como resistencia


Hacer una pausa en medio de un mundo acelerado es un acto de resistencia. Nos devuelve la capacidad de sentir, de habitar nuestro cuerpo y de reconectar con nuestras emociones. En la pausa encontramos espacio para la reflexión, para la creatividad y, sobre todo, para la autenticidad.


Cuando nos detenemos, dejamos de reaccionar de manera automática y empezamos a elegir con mayor conciencia. Nos volvemos más humanos en la medida en que nos permitimos ser, en lugar de limitarnos a hacer.


Recuperar nuestra humanidad a través de la contemplación


  1. Observar sin prisas: Practica mirar el mundo sin la intención de analizarlo o modificarlo. Contempla los detalles cotidianos: la luz del atardecer, las texturas de una hoja, la danza del agua en un río.


  2. Hacer pausas conscientes: Programa momentos en tu día para detenerte, respirar y simplemente estar presente. No necesitas largos retiros, basta con unos minutos de atención plena.


  3. Desconectarse para conectarse: Reduce el consumo de información, apaga las notificaciones, date el permiso de aburrirte. En esos espacios vacíos es donde emerge la verdadera creatividad y claridad.


  4. Escuchar el silencio: En una cultura saturada de ruido, el silencio puede resultar incómodo al principio. Sin embargo, aprender a habitarlo nos ayuda a escuchar nuestra propia voz interior.


  5. Valorar el tiempo sin expectativas: No todo momento tiene que ser productivo. Permítete existir sin la presión de optimizar cada instante.


Un regreso a lo esencial


La contemplación y la pausa nos devuelven algo que hemos olvidado en nuestra obsesión por el movimiento constante: la capacidad de asombro, la conexión con la naturaleza, la profundidad de nuestras emociones y la belleza de la simplicidad.

Recuperar nuestra humanidad no requiere de grandes esfuerzos ni transformaciones radicales, sino de algo mucho más simple: aprender a estar presentes. Tal vez, en la quietud, encontremos la clave para recordar quiénes somos realmente.


 
 
 

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